miércoles, febrero 18, 2009

Perolita

Cuando Perolita estaba sola, todo era distinto. Las calles de Coro eran un laberinto sin norte ni sur, los días eran todos iguales: calor, hambre y sol. Se pasaban en hurgar en la basura un rato, y si había suerte, se encontraba alguna sobra para comer, o se recibía una limosna para fumarse un simple cigarrillo para aliviar las penas, porque para “piedra”, qué va!, muy difícil conseguir suficiente.

Sin embargo, de vez en cuando la suerte sonreía y con una limosna un poco cuantiosa de alguna vieja encopetada, o la suma de varias de ellas, Perolita se podía fumar un porro y lograba dormir una noche completa a pierna suelta en cualquier acera de la ciudad.

Los domingos eran los días buenos: mucha gente saliendo de la Iglesia, que por pena al qué dirán más que por compasión, le arrojaban unas monedas, menos tal vez de lo que echaban en la Limosna de la Iglesia… pero con ese simple acto de conciencia comprada le permitía a Perolita comerse una empanada con un “fresco”, y así, casi podía sentir lo que era tener la barriga llena por un día completo… si era Semana Santa, puede que hasta por dos.

Un buen día, Perolita se consiguió a Inocencio. Qué susto que se llevó la pobre!

A Perolita no le gustaban los hombres. No qué va. No tenía una certeza de por qué. Qué le había hecho un hombre alguna vez que la había hecho sufrir? O tal vez que le había hecho más de uno? y varias veces? No lo recordaba. Perolita no lo quería recordar, pero huía de los hombres en la calle como de la peste y los perros rabiosos, porque sabía que así y todo como estaba, andando sucia, maloliente y desarreglada, a algún “loco” con una locura muy diferente a la de ella, no le impedía nada de esto molestarla y hacerla llorar de nuevo.

Perolita pensó que ese era el caso cuando se encontró a Inocencio. Pero cuando vio en sus ojos no encontró el brillo de la maldad, solo la neblina de quien camina cada día como ella, por todas las calles, por todos los sitios medio seguros, hurgando en la basura y pidiendo en las esquinas, en días iguales e indistinguibles uno de otro excepto por lo de las limosnas del domingo fuera de la Iglesia.

Pronto Inocencio y Perolita se hicieron inseparables. Los vecinos de por ahí que estaban acostumbrados a ver a Perolita sola, hacían bromas al respecto:

-“Pero si hasta Perolita puede encontrar marido, no vas a poder tú?” – se volvió una frase común en el vecindario para hacer chanza a las solteras ya mayorcitas.

Y marido o no, Inocencio era una compañía invaluable para Perolita. Ya no dormía sola enrollada en una acera para matar el frio de la noche, ahora se acurrucaban los dos, y además, Inocencio conocía buenos sitios para esconderse en las noches de lluvia y de vientos fuertes.

Inocencio era incapaz de pegar a Perolita, al contrario, ella lo trataba como a un niño al que se debe guiar, y ella para él era una figura femenina quien cuida y quiere.

Gracias a cuidar de Inocencio, para Perolita los días ya no eran un nebuloso pasar del tiempo, había lunes, feriados, sábados además de los domingos. Había risas de chistes que tal vez solo ellos comprendían, discusiones por tonterías como la chapa de un refresco, y una arepa que aunque sacada de la basura, compartida entre dos era mucho más sabrosa que si se comía en soledad.

... continuará

Este pequeño cuento está basado en una historia de la vida real que me contó mi amiga Mafer y está dedicada a los cientos de Perolitas e Inocencios que deambulan por las calles de todas las ciudades y pueblos de Venezuela.

2 comentarios:

Rosa dijo...

¿De dónde vienes Perolita, quién te abandono, quién te lastimo?
Por suerte has hallado a Inocencio y como dices, una arepa compartida entre dos sabe mucho mejor que comida en soledad.
El frío será el mismo en las calles, y el hambre y la indiferencia también; pero con él todo será más llevadero.

Dalia, por qué tienen que ser las cosas así. Amiga, yo no puedo entender a quién trae un hijo al mundo como si fuera un objeto que si molesta demasiado lo desechas.
De lo contrario no existirían Perolitas e Inocencios vagando por las calles, hurgando en la basura... ¿es eso justo?.

Y cuanto siento que ese infeliz se haya salido con la suya.
Pero Chavéz aquí se hace y aquí se paga.

Amiga escribeme o visitame, les necesito tanto.

Dalia dijo...

Gracias Rosa, un abrazo!