viernes, febrero 20, 2009

Perolita (2da Parte)

Así pasaron algunos años y era imposible recordar los días en que Perolita andaba sola. Ambos eran un combo: Perolita e Inocencio. El bueno para recoger y aplastar latas de refresco y cerveza para venderlas a los chatarreros por unas monedas, ella buena para pedir en la Iglesia los domingos, hurgar en la basura y saber qué pastilla pedir en el dispensario cuando a él le dolía la barriga.

Pero un día, Inocencio y Perolita iban como siempre en la tardecita del domingo rumbo a la Iglesia de la Plaza Bolívar, soñando con las cachapas con queso e’ mano que se podrían comprar si lograban reunir 10 mil bolívares: “una para cada uno!: soñaba Perolita y casi se acariciaban la panza esperando dormir satisfecha una noche completa sin que le despertara el rugido de las tripas por hambre.

De repente, Inocencio se percató de que el portón de la casa de Doña Chinca está abierto. Pálido y tembloroso, detuvo a Perolita y la empujó hacia atrás. “Corre! Corre!” le decía.

Era muy tarde ya. El par de rottweilers que tenía Doña Chinca, que los ladraba furiosamente cada vez que pasaban rapidito por la acera los domingos, los olieron de inmediato y salieron frenéticamente a perseguirlos a lo largo de la calle.

Inocencio, quien quiso llamar la atención de los perros para que no persiguieran a Perolita, corrió como loco luego de empujarla dentro de un callejón que había entre dos casas, y como era de esperarse los dos perros le persiguieron a todo lo que daban.

No salió muy bien la persecución: Inocencio cruzó la calle tratando de quitárselos de encima y terminó debajo de la ruedas de un carro, más muerto que vivo llorando por Perolita. Lo mismo le pasó a uno de los rottweilers que si quedó muerto en el acto. El otro fue apresado entre varios hombres que salieron de sus casas al oír el escándalo, y apenas podían con él para llevarlo a la casa de Doña Chinca, y evitar que se comiera el cadáver de Inocencio.

Perolita llegó temblando, viendo a su Inocencio morir debajo de las ruedas de un carro, le veía morirse mientras la miraba con tanta pena como jamás nadie le había mirado. A nadie más le importó Inocencio.

Doña Chinca gritaba y lloraba de rabia por Chicho, su perro muerto, y clamaba que ninguno de esos mugrosos recoge latas valía más de lo que le había costado su perro, su inteligentísimo perro, su fiel perro.

Se llevaron el cadáver de Inocencio y por supuesto por él nadie pagó nada, ni cárcel, ni multa, ni muchos menos entierro, qué era él sino un adefesio de hombre que se le había tirado encima de un carro huyendo de un perro?

-Seguro que se había robado algo o intentó entrar a la casa de Doña Chinca para llevarse algo. Bien bueno lo que le pasó! – decía la gente del vecindario – para que los ladrones aprendan!.

Perolita quien se quedó en el lugar, siempre temblando, viendo recoger al cadáver de Inocencio, sabiendo que jamás llegaría a enterarse de si le darían santa sepultura o lo mandarían a la universidad para las prácticas de los pasantes de la escuela de medicina. No había nada más que ella pudiera hacer por su Inocencio.

Hacia volvió Perolita a la soledad. Solo que ahora si se robaba cualquier cosa que consiguiera para poder comprar “piedra” o beber ron, y a veces la gente, hombres borrachos especialmente, para gozar viéndola ebria o drogada bailando en la plaza mientras se subía la falda, le daban algunas monedas para luego el domingo al frente de la Iglesia pasarle de frente llamándola “borracha” sin darle siquiera una puya para apaciguar su pena.

Y así vivió Perolita no muchos años más, hasta que un día mientras dormía en la calle, debajo de un aguacero, Inocencio volvió a buscarla y le dijo “Perolita, no llores más!”.

Al día siguiente un policía se quejaba: - “Verga! Esta recoge latas del coño lo que huele es a mierda!”- mientras la recogía en peso y la tiraba a la patrulla para llevarla a donde decidieran qué hacer con su cuerpo.

En otro lado, Perolita e Inocencio reían, ajenos a la tierra caliente donde habían vivido. Felices de su reencuentro eterno, libres ya de dolores, miserias, hambre y tragedias. Solo Inocencio y Perolita limpios y sonrientes por siempre.

2 comentarios:

Rosa dijo...

Dios, y ahora que hago con los pedacitos de corazón que me has echo estallar. A la mierda todo, estoy llorando frente a la pantalla y no me importa que me vean.
Inocencio murió por salvar a su princesa... y a nadie le duele su muerte sino a ella.
Sabía que Perolita no sobriviviría mucho a la muerte de su compañero... ¡un mendigo más a muerto, a quién le importa!
Si existe un cielo, allí estan Perolita e Inocencio, sin los resotijones del hambre, limpios, sonrientes, felices.

Dalia dijo...

ay mi Rosita, lamento que la historia te haya entristecido.

Muchas gracias por tu apoyo.

Un abrazote.