miércoles, mayo 09, 2012

Luis

Caminaba, o mejor dicho, arrastraba sus pasos... las botas del pantalón, largas y roídas "a la moda" sonaban al rozar el suelo, pero él no lo notaba... solo se percataba de la intrínseca y al parecer infinita cadena de pensamientos, casi todos oscuros como la noche, que brotaban sin cesar de su mente inquieta... por qué, cómo, qué tal sería, hasta cuándo....

Cuando estaba con otros, de su misma edad todos, su aparente manada, él era el más alegre, bromista, risueño, travieso... pero a veces por dentro la melancolía le comía el alma, le arrancaba su risa al parecer fácil y siempre dispuesta.

Especialmente cuando estaba solo, volvían las oscuras nubes de pensamientos que todo el tiempo le hacían preguntarse si éste no sería su verdadero yo... no el Alegre, no. Luis el Serio.

Pensaba sin ninguna duda, que siempre es fácil para los demás conformarse con lo que se ve: unas cuantas carcajadas y chistes, unas muecas en el momento justo, ¡y ya! todo el mundo te califica como el chico feliz. Pero, ¿quién se daba cuenta de Luis el Serio? Nadie, al parecer. Nadie.

A veces, Luis el Serio miraba el tráfico apabullante, y le tentaba... ¿por qué no?... veía los rieles... ¿por qué no?... veía el puente... ¡coño, por qué no!

Pero no cambiaba... después de deambular acompañado de sus tristes pensamientos, Luis el Serio volvía a casa, y casi siempre lograba ser Luis el Alegre un buen rato, y le hacía bromas a su hermano menor, cosquillas a su mamá y le rascaba las orejas al perro... pero en su cuarto, Luis el Serio le esperaba nuevamente, apabullándolo y aguijoneándole con sus oscuros sentimientos.

Sentimientos negros... y pensamientos negros.... a veces las música los alejaba, o por lo menos los disfrazaba. A veces los juegos, y por qué no... acariciarse, o  mejor aun, acariciar y dejarse acariciar de alguna chica, una de las muchas que siempre querían salir con él y pasarla bien. 

Pero Luis el Serio no se alejaba por mucho rato, aunque lo combatiera fuertemente cuando se hartaba de su insistencia.

Luis pensaba a veces, "cuando ya logre salir de esa escuela tan aburrida y empiece la uni, ya el Serio me dejará en paz... será mas divertido, estaré más enfocado... si, un buen Arquitecto voy a ser y me comeré el mundo".

Pero ni los locos y "alegres" últimos días de bachillerato aligeraban a Luis el Serio. A veces, si se emborrachaba, el Serio se salía de control y terminaba dándose unas trompadas amargas con algún amigo, complacido de una forma que ni él mismo podía entender, en la dureza de los golpes recibidos y en machucar la cara del otro. Tanto más, mejor.

Nadie reconocía a Luis el Alegre en esos momentos. 

Tuvo que reconocer, sobretodo con sus amigas, que "beber no le sentaba bien", así que Luis el Alegre tuvo que prometer que no pasaría de unos pocos tragos, o cervezas, pero sin perder la cabeza... y tuvo que forzarse a ser el Alegre en cada reunión, fiesta, celebración y salida que se inventó en su grupo en los últimos días de clase... al último día en el cole... a la caravana de celebración... con el Serio hincándole las costillas, llamándole hipócrita a cada momento.

El día esperado llegó, ¡el de la Graduación!... pero Luis el Alegre no llegaba... sus amigos le esperaban con ansiedad, le pedían a los Profesores que esperaran un rato más.... solo un ratico más. De seguro Luis estaba cerca.... ¡cómo no! si Luis era el preferido de todos... el alma de la fiesta. Nadie se negaba a esperarle y a preparase para la travesura con la que seguro iba a llegar.

Luis, o ambos Luises, por decirlo así, recibieron su medalla a través de un cristal, solo que no pudieron verla porque tenían los ojos cerrados.

Luis, ¿por qué? ¿cómo era posible? "si siempre estabas feliz", le decían... "si nunca le faltaba la risa, el chiste, el piropo para las chicas".

Luis ya no sonrió más, no lloró más, no tuvo que sostener más la lucha entre el Serio y el Alegre.

Luis decidió no tener que decidir más.

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