lunes, agosto 06, 2007

Hefestión y el Rey

Los habitantes de Sidón, que habían sufrido una feroz represión por parte de la guarnición persa sólo unos pocos años antes, aceptaron con entusiasmo la llegada de Alejandro y su promesa de restaurar sus instituciones. Pero la dinastía reinante estaba extinguida desde hacía un tiempo y había que elegir a un nuevo rey.

—¿Por qué no te ocupas tú? —le propuso Alejandro a Hefestión.
—¿Yo? Pero si yo no conozco a nadie, ni siquiera sé dónde buscar y además...
—Entonces, de acuerdo —cortó tajante el rey—. Te ocuparás tú de ello. Yo he de tratar con las otras ciudades de la costa.

Hefestión se buscó, así pues, un intérprete y comenzó a dar paseos por Sidón de incógnito, mirando en torno en los mercados, comiendo en los figones o aceptando las invitaciones a las comidas oficiales en las casas de más abolengo. Pero no conseguía encontrar a nadie que fuera digno de aquel cargo.

—Entonces, ¿nada? —le preguntaba Alejandro cuando se lo encontraba en los Consejos de guerra.
Y Hefestión sacudía la cabeza.

Un día, acompañado en todo momento por su intérprete, pasó cerca de un pequeño muro de piedra seca que serpenteaba en dirección a las colinas un largo trecho y del que asomaba el follaje de toda clase de árboles: majestuosos cedros del Líbano, higueras seculares que expandían sus ramas grises y rugosas, cascadas de pistachos y de melilotos. Echó un vistazo a hurtadillas al otro lado de la verja y se quedó estupefacto de las maravillas que se presentaron ante sus ojos: árboles frutales de toda especie, arbustos maravillosamente cuidados y podados, fuentecillas y arroyuelos, rocas entre las que crecían plantas grasas y espinosas que no había visto jamás en su vida.

—Son originarias de una ciudad de Libia llamada Lixos —explicó el intérprete.
De repente apareció un hombre con un asnillo que tiraba de un pequeño carro cargado de estiércol. Se puso a abonar sus plantas una por una, y lo hacía con tanto amor y cuidado que asombraba.
—Cuando se produjo la sublevación contra el gobernador persa, los rebeldes decidieron incendiar este jardín —siguió contando el intérprete—, pero ese hombre se puso delante de la verja y dijo que si querían cometer semejante atropello primero tendrían que pasar por encima de su cadáver.
—Él será el rey —afirmó Hefestión.
—¿Un jardinero? —preguntó asombrado el intérprete.
—Sí. Un hombre que está dispuesto a morir por salvar las plantas de un jardín que no es siquiera el suyo, ¿qué no haría por proteger a su gente y para hacer crecer pujante su ciudad?
Y así fue. El humilde jardinero vio un día llegar una procesión de dignatarios escoltados por la guardia de Alejandro y fue conducido con gran pompa al palacio real para ser entronizado. Tenía unas grandes manos callosas que le recordaban al soberano las de Lisipo y una mirada tranquila y serena. Se llamaba Abdalonimos y fue el mejor rey que recuerde memoria humana.
Fuente: Alexandros - Las Arenas de Amón. Valerio Mássimo Manfredi.

10 comentarios:

Dalia dijo...

Esta es uno de los pasajes que involucran la completa confianza que tenía Alejandro en la capacidad, nobleza y humildad de Hefestión, tanto como General como ser hunano.

No sé que tan históricamente cierto sea pero es la segunda vez que me lo encuentro en un libro que hable de la vida de Alejandro y me gusta tanto que quise compartirlo con ustedes.

También les recomiendo la novela de Valerio Massimo Manfredi, aunque como todo novelista se tomó ciertas libertades históricas es una muy buena compilación de la vida de Alejandro, además de entretenida y educativa.

Max dijo...

La historia del dedicado jardinero es bonita, sí. Independiente de su veracidad histórica.

Dalia dijo...

Abdalonymos, Rey de Sidón (332-315 a.C.)

Rey fenicio de Sidón. Este personaje, del que se desconoce su actuación política, debió el trono sidonio a Alejandro Magno, quien se lo ofreció después de deponer a Straton III (o II). Se le atribuye el llamado "Sarcófago de Alejandro", localizado en la necrópolis de Sidón, pieza maestra que se conserva actualmente en el Museo Arqueológico de Estambul.

Al menos si existió :)

Rosa dijo...

Sabia elección la de Hefestión. Aquel que se muestra honrado con lo poco que se pone a su cuidado y lo hace multiplicar, cómo no va a ser digno de confiarle cosas mayores.

Ay, Dios, no tengo dos cosas importantes últimamnete tiempo y dinero (lo último es transitorio), y ya tengo una extensa lista de libros por adquirir.

De todas formas, gracias por tus recomendaciones literarias y por tu estupenda entrada.

Snifff... por qué no vas por casa?

Anónimo dijo...

De un alma hermosa siempre es lindo aprender más y más.

Compartir siempre Dalia y lo que se comparte con tanto cariño es doblemente hermoso hacerlo.

Gracias, por compartir siempre
Un beso

Dalia dijo...

Mi querida Rosa, ultimamente he estado inundada de trabajo, he ido leyendo tu hermosa historia de a poquito pero con mucho cariño, a medida que voy leyendo la comento. Si quieres amiga este libro lo puedes bajar por internet, yo lo bajé para colocar este texto porque no tenia tiempo de transcribirlo, la página es: http://www.ebookzone.net, de allí he bajado muuuchos libros que en Venezuela no se consiguen y aunque leer en la pc no es tan facil pues nosotros realmente ya estamos acostumbrados.

Mis queridas Mountain y Max, me alegra les gustara esta anecdota de Alejandro, Hefestión y el Rey. Besos.

devezencuando dijo...

La grandeza de una persona radica en su humildad y sencillez.

Gracias Dalia por compartir. Ahora entiendo tu fascinación y admiración por estos personajes.

Dalia dijo...

Gracias a ti mi querido Devezencuando.

Anónimo dijo...

La grandeza del humilde..

Hermoso pasaje,Dalia.No conocía este autor.
Gracias.

Dalia dijo...

Te lo recomiendo Nuria, Valerio escribe muy bien.